Pasada la tempestad, la princesa regresó a su castillo.
En él no había criadas, ni cocineros, ni lujo en extremo. Pero en su habitación se encontraba un gran espejo en el cual podía admirar la imagen más bella noche tras noche, su más grande riqueza y que a nadie más pertenecía...
Imagen: "Ella no me escucha", de Salvador Díaz
1 comentario:
hola. Estaba leyendote, puedes ignorar mi comentario
Publicar un comentario