Una noche nos descubrimos como siameses unidos por la parte del sexo.
La separación nos resultó definitivamente imposible.
Lo intentamos y sudamos y gemimos y gritamos. Imposible.
Ahora yacemos unidos, manteniendo la costumbre de intentar separarnos:
cada vez con mayor violencia, cada vez con mayor frecuencia, lo juro, a veces muy lentamente, a veces muy suavemente.
A veces él se eleva sobre mi cuerpo, levantando al mismo tiempo mis caderas. Seguimos unidos.
A veces yo lo intento encima de él, ir hacia afuera, afuera, afuera... pero siempre termina dentro.
No podemos separarnos.
Su lengua se desliza sobre mi cuerpo intentando con ello humedecernos, resbalar, ocasionar algo que nos logre separar.
Es innecesario, aún con toda la humedad que desprendemos de los poros de nuestros cuerpos, no hay materia, ni voluntad, ni nada que nos separe.
Por eso permanecemos así, unidos por la violencia del sexo.
Ahora, haz un favor, madre, deja de mirarnos así que no somos un monstruo y cierra tras de ti la puerta, que vamos a seguir intentando y no queremos que nadie nos vea.