sábado, 12 de junio de 2010

Camión

Lo abordé como tantas otras mañanas, con el pelo todavía húmedo tras el rápido regaderazo madrugador, las ojeras bien marcadas, la cara lavada. En la mano derecha, como siempre, llevaba la credencial y unas cuantas monedas; en la izquierda, la bolsa y un dedo que contaba que fueran $4.50 exactos, pues ya sé que si le doy al chofer cinco pesos no me devuelve el cambio. Y resultó que no, sólo tenía cuatro monedas de un peso y una de cinco; ni hablar, le tuve que dar esta última y todavía me quedé con la mano extendida esperando mi cambio (¿será acaso que llevo ya tantos años viviendo en Monterrey que se me ha pegado lo "coda"?). Malamente, pues además de que ni en sueños iba a obtener la monedita deseada, el conductor dio tal frenón para pasar un tope, que se me zafó la mano del tubo que venía agarrando para no caerme y casi voy a estamparme contra el parabrisas. 
Por fortuna esto no pasó, pero decidí que lo mejor sería olvidarme de mi dinero y optar por mi seguridad, así que fui avanzando a través del pasillo aglomerado de gente en espera de que se desocupara algún lugar para sentarme.
El camionero seguía pisándole como alma que lleva el diablo y mientras todos los pasajeros saltábamos de un lado a otro; inlcuso a una mujer que iba dormitando se le veía dar tremendas cabezadas involuntarias. Finalmente se quedó vacío un asiento al final del camión y puesto que muchos de los pasajeros ya bajaban, no tuve problemas para ocuparlo. 
Tengo la mala costumbre de mironear a la gente que va en el camión. Una vez por ejemplo, me tocó sentarme al lado de una chica que en toda la hora que duró nuestro trayecto no dejó de maquillarse.  De su bolso salían y salían tubitos de labial y gloss; delineadores líquidos y de lápiz para labios y ojos; maquillaje líquido y polvo traslúcido; sombras de mil colores para los ojos; brochas grandes y pequeñas; un estuchito de rubor y finalmente un rizador de pestañas. Terminé mareada aquella vez.
En esta ocasión, me llamó la atención el hombre que iba adelante de mí. Se trataba del típico trabajador de obra, el clásico albañil: llevaba una playera blanca mugrosa de cemento, tierra y sudor al igual que los pantalones de mezclilla; la piel morena por el sol y sobre la cabeza una gorra roja promocional de un partido político de izquierda. El hombre no dejaba de mirar hacia la otra fila de asientos con una sonrisa extraña, y así anduvo volteando y volteando hasta que pasó por el pasillo una mujer que resultó ser la misma que iba dormidota. De repente hubo un nuevo frenón, pero no lo suficientemente fuerte como para que se cayera; sin embargo aquel hombre aprovecho para salvar a la damisela en peligro sosteniéndola de la cintura, que por cierto, llevaba medio descubierta por la blusa mostrando un vientre algo abultado.y guango Ella simplemente se le quedó mirando como sin saber si golpearlo o agradecerle y se bajó del camión.
Ahora la mirada del hombre cambiaba de rumbo: hacia la ventana, con la misma sonrisa; la mujer caminaba.
Yo también miré por la ventana y observé a un modelo que, sin camisa, presumía un bronceado seguramente adquirido en el Mediterráneo y me miraba también desde el parabús anunciando alguna fina loción francesa.
Y me puse a pensar: ¿Qué hubiera pasado si en vez de la mujer desconocida hubiera sido yo la que casi caía, y si en vez del albañil hubiera sido el modelo quien me rescataba? ¿Habría querido golpearlo? No lo creo. Pero es tan difícil saberlo.
Llegué a mi parada y me bajé ahora para abordar el metro. Me faltaban cincuenta centavos.

3 comentarios:

Miguel Angel Cansigno dijo...

Ja! maldicion... yo que pensaba escribir sobre un recorrido en el metro....para no tener que seguir con mi borrador, que molesto es pensar que escribir ahora.

Princess "Love is a Battlefield" Momo dijo...

jaja, tú escribe hombreee que todos recorremos, a pata, en metro, camión y burro, pero cada recorrido es distinto :)

jf.yedraAaviña dijo...

jeje... al leerte me dieron ganas de escribir otra vez... tiene mucho que no lo hago. :(